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miércoles, 11 de mayo de 2011

Wonder Boy in Monster Land

Imagino que todos y cada uno de los jugadores tienen una serie de juegos a los que guardan un cariño especial por motivos algo subjetivos. Alguna anécdota en concreto, la coincidencia con alguna época de nuestra vida que recordamos con bastante nostalgia o cualquier otra causa subjetiva que nos hacen tenerlos en los altares. En mi caso siempre se me viene a la memoria la recreativa de Sega: WonderBoy in Monster Land, un título que pude disfrutar en profundidad gracias al pub de unos familiares y a esas mágicas llaves que incrementaban los créditos disponibles.
Mi primer contacto con la serie Wonder Boy se produjo con la conversión a Amstrad CPC464 del original, un plataformas de scroll lateral en el que manejábamos a un crío con aspecto de cavernícola que disponía de una serie de hachas de piedra que podía lanzar a modo de arma y de unos ítems potenciadores como un monopatín que incrementaban nuestra velocidad y agilidad. Aunque el juego tenía su gracia, no consiguió engancharme demasiado y no sería hasta la publicación de su secuela, cuando quedaría irremisiblemente prendado de este héroe.

 
El enfoque para esta secuela publicada en 1987 variaba bastante. Aunque seguíamos teniendo un componente plataformero, se modificaba tanto la ambientación como la profundidad de la jugabilidad. Pasábamos a un universo medieval en el que nuestro héroe debía combatir contra diversos monstruos y brujos, haciendo gala de las mejoras de objetos que podíamos comprar en las tiendas con el dinero recolectado. La acción se situaba once años después de los hechos ocurridos en la primera entrega y teníamos como principal enemigo un dragón que atacaba Wonder Land y la convertía en Monster Land.

El juego contaba con doce niveles de corte lineal, que concluían con el enfrentamiento contra un jefe dentro de una cámara especial. Podíamos comprar mejoras para nuestras armas y armaduras, así como diversos objetos mágicos que mejoraban nuestras habilidades. Personalmente me encantó el desarrollo y la mezcla de componentes plataformeros y aventureros, aunque tengo que reconocer que más allá del enamoramiento, se trata de un buen videojuego pero en ningún caso una obra de arte.

Como no podía ser de otra forma, en cuanto tuve oportunidad adquirí la conversión a Amstrad CPC464, que contaba con el ligero inconveniente de las cargas múltiples, un elemento que se puso de moda en la época y que cuando el azimut del cassette comenzaba a fallar, podía darnos bastantes quebraderos de cabeza.

Posteriormente pudo probar alguna que otra versión para Megadrive, siempre desde la perspectiva de un visitante y no de un poseedor de la consola. Tengo que decir que el cambio de tercio aplicado a las secuelas posteriores a Monster Land no me gustó y provocaron que mi relación con la serie se viera drásticamente interrumpida. En cualquier caso y como comentaba al inicio de la entrada de hoy, quizás por razones subjetivas o no 100% objetivas, Wonder Boy in Monster Land siempre estará en mi recuerdo como uno de los juegos clásicos a los que más aprecio les tengo dentro de mi "vicioteca".

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